por Maggie Reardon

"Cuando des limosna, no vayas anunciándolo con trompeta". (Mateo, 6:2)

En el altar de la Iglesia de la Misión Dolores, en Boyle Heights (Los Ángeles), la mirada se dirige a la parte trasera de la Iglesia y se posa en la pintura que te devuelve la mirada: es un gran cuadro de Oscar Romero en los últimos momentos de su vida, cuando recibe un disparo mientras celebraba misa.

Esta imagen, llena de profundidad y crudeza, fue una de las primeras obras de arte de las que me percaté como nuevo feligrés, hace más de un año, en mi estancia en Los Ángeles como voluntario jesuita. Un día, mientras comíamos tacos de papa caseros y tamales de puerco, le pregunté a un sacerdote de la parroquia qué pensaba de la imagen que surgía desde la periferia mientras consagraba la Eucaristía.

Él respondió con reverencia: "te mantiene humilde".

Óscar Romero bien podría ser llamado el santo patrón de la humildad. Su oración, Profetas de un futuro que no es nuestro, nos comunica este sentimiento de humildad

"Somos albañiles, no jefes de obras; ministros, no el Mesías. Somos profetas de un futuro que no es el nuestro".

En el Evangelio de hoy, no somos simplemente "llamados", sino que somos exhortados a sentirnos obligados a abrazar la humildad, a vivir como profetas de un futuro que no es el nuestro. Cristo nos llama a pasar de una alianza de acción a una solidaridad radical. Vivir y servir como trabajadores y ministros. Sentirse obligado a un amor que no conoce ni necesita elogios, porque abraza el verdadero parentesco.

Si queremos tener nuestro fundamento en el Evangelio debemos buscar el fundamento en las relaciones. La relación dicta que no hemos de realizar actos de servicio para "la gente", sino experimentar solidaridad con quieres hemos de llamar "nuestra gente". No pedimos elogios, sino que participamos en actos de justicia y bondad porque estamos unidos en una relación de parentesco: aquellos que conocemos, aquellos que aún tenemos que conocer y aquellos que nunca conoceremos.

En esta Cuaresma, oro para que nosotros, como familia humana, podamos abrazar a "nuestra gente", realizando actos de servicio por el bien de la relación, y arraigándonos en la humildad a la que el Amado nos hace sentirnos obligados a tener.