por Emmjolee Mendoza Waters

Jesús vino a Galilea proclamando el evangelio de Dios: 'El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios está cerca. Arrepentíos y creed en el evangelio.' (Marcos 1:14-15) 

Mi hija Cina, de 8 años, tuvo su primera Reconciliación Sacramental hace unas semanas. 

Antes de hacerla practicamos el acto de contrición, repasamos lo que diría y haría el sacerdote, y hablamos sobre lo que significa cometer errores y herir a otros. También conversamos acerca de lo que significa recibir el amor y la gracia de Dios. Cina hizo preguntas y expresó su miedo: el miedo a lo desconocido y a lo que sucede después de confesar sus pecados.

Conozco bien  el miedo y la ansiedad de Cina. Todavía me siento así cada vez que voy a confesarme. 

Sin embargo, también sé lo que se siente el recibir la misericordia y el perdón de Dios. Hay una sensación de ligereza que experimento cuando se me alivia la carga. Sé que la reconciliación me acerca a Cristo. La gracia que recibo me infunde un profundo deseo de ser mejor persona para que otros sean luz. 

En mis cortos seis meses trabajando en la Red de Movilización Católica, me ha desafiado el hecho de que ocho hombres hayan perdido la vida a causa de la injusticia de la pena capital. Cuando pienso en el poder de la misericordia y el perdón de Dios en mi vida, no puedo evitar pensar que nosotros, como país, hemos privado a los condenados a muerte de estos dones y de la oportunidad de experimentar la redención.

No sé cuándo una persona que ha cometido un daño grave vaya a sentir  el llamado al arrepentimiento y pedir perdón a Dios. Pero sí sé que por  la gracia de Dios, cada individuo tiene la oportunidad de ser una mejor persona para los demás, de ser una luz para el mundo. Cuando le quitamos la vida a los condenados a muerte les quitamos la oportunidad de experimentar la  redención. Apagamos su luz.

Esto no tiene por qué ser así.

No puedo evitar pensar en William Speer, un hombre que vive en el corredor de la muerte en Texas. El pasado octubre, unas horas antes del momento en que iba a ser ejecutado, a William le fue otorgada la  suspensión de su ejecución, perdonándosele así la vida. William no es el mismo que era a los 16 años, cuando cometió el crimen. Es un hombre reformado y cambiado. Participó en la División de Programas de Rehabilitación del Departamento de Justicia Penal de Texas como primer coordinador de reclusos. Durante el programa de rehabilitación de 18 meses, trabajó con 28 personas condenadas a muerte, dirigiendo servicios religiosos y clases semanales. 

William sigue siendo una luz para el mundo, incluso en los espacios oscuros de los corredores de la muerte. ¿Quiénes somos nosotros para extinguir esa luz? 

Al iniciar esta primera semana de Cuaresma, el llamado de Jesús me desafía a "arrepentirme y creer en el Evangelio". Es un recordatorio de que no basta con arrepentirse. Debemos vivir el llamado del evangelio a amar a los demás. Por la gracia de Dios, tenemos la fuerza para hacerlo.

Mientras mi hija Cina se prepara para su primera Comunión esta primavera, oro para que siempre conozca el don del amor, la misericordia y el perdón de Dios.

Oro para que ella tenga el tiempo y la libertad para reconciliarse con Dios y tener la oportunidad de ser una luz para el mundo.